Ya he estado en la penumbra
del pensamiento estático,
monótono, aburrido.
He buscado antes mi reflejo
en las flores del jardín
y entre los cantos de los pájaros;
mis pasos en las horas de la ausencia
y de la muchedumbre.
Nada encontré antes.
Hoy, yo soy el paisaje.
He transformado antes mis manos en hilos
tratando de tejer nuevas historias
en estas calles tan conocidas por mis ojos
pero ya tan ajenas a mi corazón.
Hoy pertenezco a otros sueños y delirios.
Mi boca pronuncia dos nombres lejanos
antes de dormir y al despertarse:
el mío y el suyo, distantes.
He habitado una realidad
que se desarma lentamente,
grito a grito, mañana tras mañana,
en una constante caída.
A veces cayeron mis ojos,
mis labios,
mis sentidos,
cayeron las palabras hirientes
de mi lengua, la grosería
que se arrepiente cuando el silencio
vuelve a rescatar la inteligencia.
Cayeron un día las manos a golpes invisibles
como plumas de un pájaro
que ha muerto en las fauces del felino.
Un año cumplido puede ser un paraíso
o una angustiosa mirada a lo finito.
Yo cuento el tiempo, tic tac, cada momento,
sueño con llegar una vez más a este instante,
a este reencuentro.
Día siete,
cabalístico acontecimiento,
he de asistir a mi propio nacimiento,
en unas horas veré mi rostro nuevamente,
y esperaré que mi otro nombre
se aparezca a saludarme.
Respiro y me encorvo,
mi espiral ha dado veintiocho
vueltas a esta vida,
a veces sigo cual caracola espacial,
lenta y silenciosa,
o respirando tintas clorofórmicas
que nutren la sangre
con la que escribo mis letras.
A veces me miro aún en la esquina de los sueños,
o en la estación de un autobús que nunca llega.
Pero siempre soy mayestática y eterna.
Cómo pasa el tiempo
en esta realidad de tazas de café
más bien vacías,
de sueños en vigilia
y amores a distancia.
He estado en la penumbra
del pensamiento volátil,
inseguro e impaciente;
en la bulliciosa ansiedad
de no pertener,
no estar y estar al mismo tiempo.
He buscado mis pasos
en distancias no recorridas, inventadas,
he contado mis sueños sobre ratas
que me persiguen sin rumbo fijo,
he dialogado con el falso dios
y negado su existencia en su cara.
Mis ojos han rodado como canicas
más veces de las que recuerdo,
mi cuerpo ha caído como fruta podrida
otras tantas noches de nostalgia.
Lo he reparado lentamente y con cuidado.
Me he levantado de las cenizas
más veces que el propio Fénix,
he volado más cerca del Sol que Ícaro,
y mis alas también eran de cera.
Me he indignado en silencio y en público.
He alzado mi voz y la he callado.
Me he sentido libre y he sido víctima
de quienes creen que esa libertad les pertenece.
Hoy tengo la seguridad de estar completa
aunque el mundo de afuera me contradiga
porque no tengo trabajo, no produzco
ni me reproduzco.
Mi cuerpo se mira sano y fuerte
mientras los medios me dicen desnutrida
por falta de agonías en mi boca,
o viceversa, por exceso de comida.
Se ha cuestionado mi sexualidad
por no tener problemas con las diversidades,
y hasta me llaman asesina por defender más
la autonomía de mi propio cuerpo
que el producto microscópico del sexo.
Cuántas afirmaciones sobre una
se hacen en un periodo tan relativamente
corto de vida. Cuántas expectativas (in)cumplidas.
Cuántas enseñanzas aprendidas.
Hoy cumplo veintiocho años
y sin importar nada ni nadie
me defino a mí misma
¡cabalística!
¡Viva YO, cuatro veces, cabalística!
-La Fata Morgana
(Feliz cumpleaños, a mí)